La Europa de la Restauración, surgida tras el Congreso de Viena (1814), fracasó en sus intentos por suprimir los logros alcanzados en la Revolución Francesa y volver a un sistema de monarquías absolutas. Fue sacudida por tres oleadas sucesivas de revoluciones que se iniciaron en 1820 y concluirán en 1848 acabando con el sistema ideado por el canciller austriaco Metternich.
La oleada revolucionaria de 1820
Las revoluciones de 1820 fueron las primeras que pusieron en cuestión el sistema de la Restauración, aunque se limitaron a algunos países mediterráneos y tuvieron un escaso soporte social. El pronunciamiento del comandante Riego en España marcó el comienzo de las oleadas revolucionarias en Europa estimuladas también por el triunfo de los movimientos independentistas y liberales de la América española. La Santa Alianza fue enviada para restablecer los poderes absolutos de nuevo en España. También hubo levantamientos en otros países de Europa pero todos fracasaron aplastados por la intervención extranjera.
Las revoluciones de 1830
La subida de los precios, la carestía de los productos de primera necesidad y la crisis industrial provocaron un clima de descontento social que resultó favorable a la revuelta. La burguesía, que era la clase social en ascenso, aprovechó la situación para atacar el orden político.
La revolución se inició en Francia y pronto se extendió por toda Europa. En Italia y Alemania estallaron insurrecciones con tinte nacionalista que, aunque fueron aplastadas, dejarían la semilla de la futura unidad. Las revoluciones de 1830 significaron un duro golpe para los regímenes absolutistas que sólo lograron mantenerse en Europa central y oriental.
El año 1848 fue el de mayor intensidad revolucionaria de todo el siglo XIX en Europa. A las ideas liberales y nacionalistas defendidas por la burguesía se unieron en esta ocasión las inquietudes sociales y los planteamientos democráticos de la nueva clase social que comenzaba a adquirir protagonismo: el proletariado. Las clases populares apoyaron de forma masiva los movimientos revolucionarios para protestar por la situación de paro y de hambre en que vivía la mayoría de la población.
La crisis estalló en Francia y se extendió por las principales ciudades de centro Europa pero rápidamente fracasaron; de la revolución de 1848 tan sólo permaneció la definitiva desaparición del Antiguo Régimen.
La Historia de Europa en la primera mitad del siglo XIX estuvo dominada por el conflicto entre las monarquías absolutas y los movimientos revolucionarios liberales y nacionalistas que hicieron imposible mantener los principios del Congreso de Viena.